Todo lo que no dije el día que no bailé

SEPTIEMBRE 2005

Estoy en la década de los 20. Acudo con unos amigos a un mini-pub de la calle Marià Cubí de Barcelona.

Para mí siempre resulta de lo más claustrofóbico, demasiado apretado, demasiado lleno. Pero ponen hip hop, R&B, y eso es lo que buscamos bailar.

No importa – fingimos – si tenemos que aguantar las ráfagas vaporosas de sudor que emanan de los cuerpos jóvenes recién duchados, listos para empezar el espectáculo. Qué va. Vamos allí, pedimos un cubata en la barra iluminada y al conseguirlo (después de no sé cuánto rato de espera) nos sentimos casi tan luminosos como la barra, dispuestos a entrar en la acción que va conformando esa especie de videoclip que se sucede en el pub. Unos actores más.

No es la primera vez que la escucho. Ha sonado millones de veces antes y me engancha el ritmo salpicado de lo que a mí me parecen tambores. Me despega los pies del suelo, me incita a bailar. Pero no lo hago. No bailo. Aguanto estoicamente sin moverme. Los pies clavados en el suelo. De pie, con el vaso de tubo alargado en mano, en medio de los jóvenes que se acercan a sus parejas para representar los papeles de rigor. Ejecutan lo que grita la canción al ritmo de los tambores.

Expectante, quieta. Dejo que la canción suene.

El 50% de los culos del local entran en acción: los de las chicas. Se agitan, se balancean, botan, rebotan. Todo tal y como se espera de ellos en la canción. Obedecen sumisos.

¿Mi culo? Inalterable, quieto.

Permanezco inmóvil durante todo el tema, mantengo los pies presos. No obedezco.

Mi acción es muda, silenciosa. Será una acción performativa: éso lo descubriré años más tarde.

MARZO 2016

1ª parte: EN CASA

Empiezo a leer un artículo de @Barbijaputa, una conocida divulgadora feminista con millones de seguidores en twitter. Leo la primera frase:

El otro día, una amiga me preguntaba si me parecía una idea muy loca poner quejas en aquellos bares en los que de repente te casquen canciones de reguetón que hacen apología de la violencia de género.

Me viene a la mente esa noche calurosa de septiembre del 2005 en el pub de Marià Cubí,  el día que no bailé. ¿Alguien más que piensa como yo pensaba sin que suene a locura? Tengo que seguir leyendo.

Denuncia clara y directa, sin tapujos, que muchas letras de canciones son agresiones a las mujeres. El problema: se bailan y se corean en discotecas.  Se viven como normales. Vuelve a mi mente aquel día en el pub, mis amigos bailando, las chicas moviendo el culo, los chicos coreando a garganta rasgada “¡culo, culooo!”, sonriendo cómplices entre ellos, picoteando sus ojos de los variados culos de las chicas de la discoteca. De culo en culo, de flor en flor.

La normalización: al cantar y bailar esas letras se integran en nuestro repertorio de “cosas normales” la cosificación del cuerpo de la mujer o la asimetría relacional en la pareja. Vaya, las múltiples atrocidades que se exponen en las canciones. Por eso se dice que la violencia es invisible: porque no se la identifica como tal. Al estar consideradas esas afirmaciones y algunas acciones como normales, no nos damos cuenta de que se está ejerciendo violencia contra la mujer.

Pero ¿cuáles son esas pequeñas cosas que se normalizan?

Me emociono. Sigo leyendo. Me choco contra la canción de Alejandro Sanz y Jesee & Joy:No soy una de esas”. Repleta de bombas invisibles, esas «cosas pequeñas” normalizadas.

Pienso en mis alumnos de bachillerato. En cómo se relacionan entre ellos, en el modo en que – sin darse cuenta – reproducen los roles de género que se esperan de ellos cuando tontean en clase, cuando exponen su opinión, cuando toman partido en cuestiones filosóficas. Cuando actúan.

Un tema aparentemente inofensivo, lleno de la “dulzura”, que no de “temperatura”, que deja claro Jesse. Aparentemente sutil. Es perfecto para tratar en clase.

2ª parte: EN EL INSTITUTO

Chicos, hoy vamos a ver un videoclip.

En el aula jolgorio, suspiros de alivio. Las piernas cruzadas de algunos se estiran para acomodarse a la nueva postura en la silla: expectación. ¿Por qué toca videoclip? Lo visualizamos.

VISUALIZACIÓN DEL VIDEOCLIP 

Vemos el videoclip en clase. Pido comentarios a los alumnos, ¿qué os parece?

Ya hemos tratado anteriormente el tema de la violencia en el aula a través de algunas actividades (microviovencias, mitos de la parejaideas disfuncionales, etc. – aquí pueden descargarse todas -), pero muestran resistencia a detectar señales peligrosas. La violencia, desde el punto de vista adolescente, es explícita. No es sutil. Les resulta más fácil detectarla en otros videoclips más directos (P.I.M.P. de 50 Cent o BLURRED LINES de Robin Thicke y Pharrel Williams).

LECTURA DEL ANÁLISIS CRÍTICO DEL VIDEOCLIP

Leemos el artículo de @Barbijaputa. Su propio nombre en twitter los desconcierta. A mí también, en su momento.

Revisamos la crítica, ejemplo por ejemplo. El impacto que produce la lectura en los alumnos: escepticismo. Caras de estupefacción. ¿Esto es violencia? ¿Pero no exagera un poco? Pfffff. No sé… Pues yo esto lo veo normal, son bromas, comentarios (…).

Participación, mucha participación.

Ahí está la clave: “son comentarios que se hacen”. Los adolescentes han normalizado esa manera de relacionarse. Para ellos es normal que un chico avise a una chica de que no puede cambiar de opinión: si no quieres flamenquito, pues no toques las palmas oye.

A algunos alumnos se les enciende la ira en los ojos, se enfadan. Escuecen las cosas cuando te dicen que lo que haces no es normal sino violencia. Creo que algunos se sienten desnudos, violentados, descubiertos.

Cuando salgo del aula los alumnos siguen discutiendo sobre el tema.

Conciencias agitadas. Buena señal.

Septiembre del 2016

El día que no bailé no dije nada, pero hice cosas. Me explico.

Necesito a Judith Butler para hacerme entender. Con ella descubrí lo performativo. Fue leyendo su ensayo «Actos performativos y constitución del género. Un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista”. (Para los que os interese, aquí os dejo el ensayo completo).

Para entendernos, cuando hablamos de actos performativos nos estamos refiriendo a aquellos que tienen un impacto en la realidad porque la construyen. Vaya, que lo que hacemos, sirve para configurar maneras de entender las cosas.

Un ejemplo estupendo: el del género. Nadie mejor que Butler para explicarlo:

Ser mujer no viene determinado por una esencia (al estilo platónico) que hace que te comportes de una determinada manera. Es más bien al revés: tus gestos, las acciones que eliges o el modo en que reproduces con el cuerpo patrones culturales es lo que crea el concepto “mujer”.

Vaya, que el género es un concepto performativo.

Con mayor precisión, citando a Butler:

No hay una esencia que el género exprese […] los diversos actos de género crean la idea de género.

Otro modo de decirlo:

Que la realidad de género sea performativa significa, muy sencillamente, que es real sólo en la medida en que es actuada.

Vale, pero entonces ¿para qué nos sirve saber que el género es performativo? Lo explico con dos citas:

Si el cimiento de la identidad de género es la repetición estilizada de actos en el tiempo, y no una identidad aparentemente de una sola pieza, entonces, en la relación arbitraria entre esos actos, en las diferentes maneras posibles de repetición, en la ruptura o en la repetición subversiva de este estilo, se hallarán posibilidades de transformar el género.

O sea, que el género es lo que tú haces a lo largo del tiempo (sentarte de una determinada manera, utilizar determinados gestos, caminar de cierto modo¡mover el culo como te lo pide un videoclip!), no una esencia.

La relación entre lo que haces (caminar ladeando las caderas) y el significado que le das (es femenino, corresponde a ser mujer) es arbitraria, esto es, la asignamos nosotros. Así que, si me da la gana, puedo decidir que la forma de andar femenina sea la que me apetezca a mí. Y repetirla, repetirla, repetirla. Puedo cambiar el estilo de caminar y así, despacito, empezar a transformar el género. Porque el género (ser mujer) no es un concepto que venga determinado naturalmente. No nacemos programadas para caminar con tacones, estirar las piernas al sentarnos para que parezcan más delgadas o caminar contoneándonos para parecer más femeninas.

 El género es lo que uno asume, invariablemente, bajo coacción, a diario e incesantemente, con ansiedad y placer, pero tomar erróneamente este acto continuo por un dato natural  es renunciar al poder de ampliar el campo cultural corporal con performances subversivas de diversas clases.

Así que es importante ser conscientes de ello, de que el género no viene determinado, de que no es invariable, de que es construido performativamente. Porque si nos damos cuenta de que en esa performatividad está el poder subversivo, podemos darle la vuelta. Podemos resignificar lo prestablecido, cambiarlo. Nuevos actos corporales, nuevos significados. Hacer lo que nos dé la gana y repetirlo, repetirlo, repetirlo. Construir lo que queramos construir.

Vale, me he enrollado un poco.

Pero todo porque quería volver a aquel día en el pub. El día que no quise bailar, mi acción fue performativa. No moví el culo al ritmo de los reclamos sexistas que hacen apología de la cosificación de la mujer.

Fue un acto silencioso pero performativo: empecé a deconstruir el concepto de género a través de una acción. Y ese pequeño gesto fue el inicio de un cambio en mi manera de entender y reconstruir qué es ser mujer. De reflexionar sobre lo que estoy dispuesta a hacer, sobre cómo quiero entenderme a mí en relación con los otros, con las otras, con el mundo.

Una acción performativa que inició todo un mecanismo que aún hoy sigue rodando en mí. Eso es lo que quiero para los alumnos, que se sepan capaces de modificar el orden establecido de las cosas.

Butler habla de que el género se construye a partir de la repetición de actos. A mí me gusta repetir estas pequeñas acciones que significan algo, por estrambóticas que puedan parecer. Por mínimas que puedan considerarse. Creo en el poder de lo subversivo.

Por eso, el día que no bailé no dije nada, pero hice cosas.

POSDATA: Para cualquier mes futuro

Para los docentes que quieran convertirse en performativos, os propongo la lectura del gran trabajo del Feminario de investigación de la Universidad de Vigo “Violencias (In)visibles. Intervenciones feministas frente a la violencia patriarcal”.

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Aquí podéis consultar el índice del libro.

En relación al tema del análisis del papel de la mujer en los videoclips musicales, puede servir especialmente para trabajar en el aula el capítulo VII “Representaciones femeninas en los vídeos musicales de rap estadounidense: hipervisibilidad e hipersexualización de los cuerpos de mujer”, escrito por Jeannette Bello Mota.

Porque me gusta pensar que los profes podemos descubrir la potencia de la performatividad en el aula.

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